La cuestión del alcance de la expiación se reduce simplemente a la pregunta: ¿por quién hizo Cristo la expiación? Una forma más sencilla sería: ¿por quién murió Cristo? Podría parecer que la Biblia da una respuesta inequívoca en el sentido de que Cristo murió por toda la humanidad. Porque leemos: «Todos andábamos perdidos, como ovejas; cada uno seguía su propio camino, pero el SEÑOR hizo recaer sobre él la iniquidad de todos nosotros» (Is. 53:6). Sería fácil argumentar que el significado de «todos» en la última cláusula es tan extensa como la de los que se han descarriado y que han tomado su propio camino. Si es así, la conclusión sería que el Señor cargó sobre su Hijo la iniquidad de todos los seres humanos, y que fue hecho ofrenda por los pecados de todos. Otra vez leemos: «Sin embargo, vemos a Jesús, que fue hecho un poco inferior a los ángeles, coronado de gloria y honra por haber padecido la muerte. Así, por la gracia de Dios, la muerte que él sufrió resulta en beneficio de todos» (Heb. 2:9). Se podría decir que Juan resuelve la cuestión sin dejar dudas cuando dice: «Él es el sacrificio por el perdón de nuestros pecados, y no sólo por los nuestros sino por los de todo el mundo» (1 Jn. 2:2).
Sin embargo, no debemos pensar que la cita de unos cuantos textos como los anteriores y otros que se pudiesen aducir decide esta cuestión. Desde el principio hasta el final la Biblia emplea expresiones universales pero que no se pueden interpretar como significando todos los seres humanos distributiva e inclusivamente. Palabras como «el mundo» y «todos» y expresiones como «cada uno» y «todos los hombres» no siempre significan en la Escritura cada miembro de la raza humana. Por ejemplo, cuando Pablo dice, con referencia a la incredulidad de Israel: «Pero si su transgresión ha enriquecido al mundo … ¡cuánto mayor será la riqueza que su plena restauración producirá!» (Ro. 11:12), ¿hemos de suponer que quería decir que la caída de Israel trajo riqueza de la que se refiere aquí a cada persona que ha habido, que hay y que habrá en el mundo? Una interpretación así carecería de sentido. La palabra «mundo» tendría, entonces, que incluir a Israel, el cual es contrastado con el mundo.
Además, no es cierto que cada miembro de la raza humana fue enriquecido debido a la caída de Israel. Cuando Pablo empleó aquí la palabra «mundo», se refería al mundo gentil en contraste a Israel. El contexto establece esto en forma muy clara. Entonces, tenemos un ejemplo de la palabra «mundo» que se usa en un sentido limitado y que no significa todos los seres humanos distributivamente. Una vez más, cuando Pablo dice: «Por tanto, así como una sola transgresión causó la condenación de todos, también un solo acto de justicia produjo la justificación que da vida a todos» (Ro. 5:18), ¿hemos de suponer que la justificación vino a toda la raza humana, a todos los seres humanos distributiva e inclusivamente?
Esto no puede ser lo que Pablo quiere decir. Él está tratando acerca de la justificación real, de la justificación que es en Cristo y para vida eterna (cf. vv. 1, 16, 17, 21). Y no podemos creer que tal justificación haya pasado a cada miembro de la raza humana, excepto si creemos que en última instancia todos los seres humanos se salvarán, algo que es contrario a las enseñanzas de Pablo en otros lugares y a la enseñanza de la Escritura en general. Por consiguiente, aunque Pablo emplea la expresión «todos» en la primera parte del versículo en un sentido universal, sin embargo debe estar empleando la misma expresión en la segunda parte del versículo en un sentido mucho más restringido, esto es, refiriéndose a todos los que serán realmente justificados. Por tomar otro ejemplo, cuando Pablo dice que «todo me está permitido» (1 Co. 6: 12; 10:23), no significa con ello que está permitido hacer todo lo concebible. No se le permitía transgredir los mandamientos de Dios. Este «todo» del que habla está definido y limitado por el contexto. Se podrían citar numerosos ejemplos adicionales para mostrar que expresiones de esta clase, aunque universales en su forma, tienen frecuentemente una referencia limitada y no significan que se incluye a cada persona de la raza humana. No es suficiente, pues, con citar unos cuantos textos de la Biblia en los que aparezcan términos como «mundo» y «todo» en relación con la muerte de Cristo, y saltar de inmediato a la conclusión de que la cuestión está resuelta en favor de la expiación universal.
Podemos mostrar fácilmente la falacia de este procedimiento en relación con un texto como Hebreos 2:9. ¿Qué es lo que determina el significado del «todos» en el versículo en cuestión? Indudablemente, el contexto. ¿De quién está hablando el escritor en el contexto? Está hablando de los muchos hijos que han de ser llevados a la gloria (v. 10), de los santificados que junto con el santificador tienen un mismo origen (v. 11), de aquellos que son llamados hermanos de Cristo (v. 12), y de los hijos que Dios le ha dado (v. 13). Es esto lo que nos provee el alcance y la referencia del «todos» por los que Cristo gustó la muerte. Cristo gustó la muerte por cada hijo que debía ser llevado a la gloria y por todos los hijos que Dios le ha dado. Pero no hay ni la más mínima justificación en este texto para extender la referencia de la muerte vicaria de Cristo más allá de aquellos que son claramente designados en el contexto.
Este texto muestra cuán plausible puede ser una cita tomada muy a la ligera y, sin embargo, cuán infundado es este argumento en favor de la doctrina de la expiación universal.
Continuando con el análisis de esta doctrina, es necesario aclarar cuál cuestión no es la correcta. La cuestión no es si los seres humanos son objeto de muchos beneficios aparte de la justificación y de la salvación a causa de la muerte de Cristo. Los incrédulos y réprobos en este mundo gozan de numerosos beneficios que se derivan del hecho de que Cristo murió y resucitó.
El dominio mediador de Cristo es universal. Cristo es cabeza sobre todas las cosas y ha recibido toda autoridad en el cielo y en la tierra. Es dentro de este dominio mediador que se dispensan todas las bendiciones que los seres humanos gozan. Pero este dominio lo ejerce Cristo sobre la base y como recompensa de la obra consumada de la redención. «Y al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, iY muerte de cruz! Por eso Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre» (Fil. 2:8,9). Por lo tanto, por cuanto todos los beneficios y bendiciones se encuentran dentro del reino del dominio de Cristo, y por cuanto este dominio descansa sobre su obra consumada de expiación, los innumerables beneficios de que gozan sin distinción todos los seres humanos están relacionados con la muerte de Cristo, y se puede decir que se derivan de ella de una u otra manera. Si así se derivan de la muerte de Cristo, es porque así debían de derivarse. Por ello, es apropiado decir que el goce de ciertos beneficios, incluso por parte de los no escogidos y réprobos, encaja dentro del designio de la muerte de Cristo. La negación de la expiación universal no implica la negación de dicha relación que los beneficios de que gozan todos los seres humanos pueda tener con la muerte y obra consumada de Cristo. La verdadera cuestión es muy diferente.
La cuestión es ésta: ¿en favor de quiénes se ofreció Cristo en sacrificio? ¿En favor de quiénes propició la ira de Dios? ¿A quién reconcilió con Dios en el cuerpo de su carne por medio de la muerte? ¿A quién redimió de la maldición de la ley, de la culpa y del poder del pecado, del poder seductor y de la esclavitud de Satanás? ¿En lugar de quién yen favor de quién fue obediente hasta la muerte, y muerte de cruz? Éstas son, precisamente, las cuestiones que deben plantearse y afrontarse con franqueza si el tema del alcance de la expiación se debe poner en su perspectiva adecuada. La cuestión no es la relación de la muerte de Cristo con las numerosas bendiciones en que pueden participar en esta vida aquellos que finalmente perecen, por importante que sea esta cuestión en sí misma y en su lugar apropiado. La cuestión es precisamente la referencia de la muerte de Cristo cuando esta muerte es contemplada como muerte vicaria, es decir, como obediencia vicaria, como sacrificio sustitutivo y expiación, como propiciación, reconciliación y redención efectivas. En resumidas palabras, es la connotación estricta y apropiada de la expresión «murió por» que se ha de mantener en mente. Cuando Pablo dice que Cristo «murió por nosotros» (1 Ts. 5:10), o que «Cristo murió por nuestros pecados» (1 Ca. 15:3), no tiene en mente alguna bendición que pueda resultar de la muerte de Cristo, pero de la que uno se pueda ver privado a su debido tiempo y que pueda por tanto perderse. Está pensando en la maravillosa verdad de que Cristo le amó y se entregó por él (Gá. 2:20), que Cristo murió en su lugar y en su puesto, y que por ello tenemos redención por medio de la sangre de Cristo.
Si nos concentramos en el pensamiento de la redención, podremos, quizá, damos mejor cuenta de la imposibilidad de universalizar la expiación. ¿Qué significa redención? No significa la cualidad de redimible, que seamos situados en una posición redimible. Significa que Cristo adquirió y procuró la redención.
Ésta es la nota triunfante del Nuevo Testamento siempre que toca la cuerda de la redención. Cristo nos redimió para Dios con su sangre (Ap. 5:9).
Él obtuvo eterna redención (Heb. 9:12). Él «se entregó por nosotros para rescatamos de toda maldad y purificar para sí un pueblo elegido, dedicado a hacer el bien» (Tit. 2: 14). Se disminuye el concepto de redención como logro eficaz de liberación mediante precio y por poder cuando se lo presenta como algo menos que el eficaz cumplimiento que asegura la salvación de aquellos que son su objeto. Cristo no vino para poner a los seres humanos en una situación redimible sino para redimir un pueblo para sí. Tenemos el mismo resultado cuando analizamos de manera apropiada el significado de expiación, propiciación y reconciliación. Él vino para expiar pecados: «Después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la derecha de la Majestad en las alturas» (Heb. 1:3). Cristo no vino para hacer reconciliable a Dios. Él nos reconcilió para Dios por medio de su propia sangre.
La naturaleza misma de la misión de Cristo y su cumplimiento tienen que ver con esta cuestión. ¿Vino Cristo para hacer posible la salvación de todos los seres humanos, para eliminar obstáculos que se ubicaban en el camino de la salvación y simplemente realizar la salvación, o vino para salvar a su pueblo? ¿ Vino para ubicar a todos los seres humanos en un estado salvable, o vino para asegurar la salvación de todos los que están ordenados para vida eterna? ¿Vino para hacer redimibles a todos, o vino para redimir de manera efectiva e infalible?
La doctrina de la expiación ha de ser revisada de manera radical si, como expiación, se aplica igualmente a los que en última instancia perecen como a los que son herederos de la vida eterna. En este caso habríamos de diluir las magnas categorías en cuyos términos la Escritura define la expiación y privarlas de su mayor significado y gloria. Y esto no podemos hacerlo. La eficacia salvadora de la expiación, propiciación, reconciliación y redención está profundamente arraigada en estos conceptos y no osamos eliminar esta eficacia. Haremos bien en examinar las palabras de nuestro mismo Señor: «Porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad sino la del que me envió. Y ésta es la voluntad del que me envió: que yo no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el día final» (Jn. 6:38, 39). La seguridad es algo inherente en el cumplimiento redentor de Cristo. Y esto quiere decir que, por lo que respecta a las personas consideradas, el designio, el cumplimiento y la realización final tienen el mismo alcance.
Expiación limitada
Esta doctrina ha recibido el nombre de expiación limitada. Puede que sea o no una designación justa. Pero no es el término empleado lo importante, es lo que denota. Es muy fácil mostrar prejuicios contra una doctrina asignándole un epíteto vergonzoso y mal entendido. Ya sea que la expresión «expiación limitada» es o no adecuada, debemos considerar la realidad de que a no ser que creamos en la restauración final de todos los seres humanos, no podremos tener una expiación ilimitada. Si universalizamos el alcance limitamos la eficacia. Si algunos de aquellos por quienes fue hecha la expiación y obrada la
redención perecen eternamente, entonces la expiación no es en sí misma eficaz. Es esta alternativa la que tienen que afrontar los proponentes de la expiación universal. Ellos tienen una expiación «limitada», y limitada con respecto a aquello que incide en su carácter esenciaL Nosotros no podemos aceptar esto en lo absoluto. La doctrina de «expiación limitada» que mantenemos es la doctrina que limita la expiación a aquellos que son herederos de la vida eterna, a los escogidos. Esta limitación asegura su eficacia y conserva su carácter esencial como redención eficiente y eficaz.
Con frecuencia se objeta que esta doctrina es inconsecuente con el pleno y libre ofrecimiento de Cristo en el evangelio. Esto es un grave malentendido y una falsa representación. La verdad en realidad es que es sólo sobre la base de esta doctrina que podemos tener un pleno y libre ofrecimiento de Cristo a los perdidos. ¿Qué es lo que se les ofrece a los seres humanos en el evangelio?
No es la posibilidad de la salvación, no es sencillamente una oportunidad de salvación. Lo que se ofrece es la salvación. Para ser más específicos, es Cristo mismo en toda la gloria de su persona y en toda la perfección de su obra consumada lo que se ofrece. Y es ofrecido como aquel que hizo la expiación por el pecado y que obró la redención. Pero él no podría ser ofrecido en esa calidad ni carácter si no hubiese asegurado la salvación y consumado la redención. No podría ser ofrecido como Salvador y como aquel que encarna en sí mismo la plena y libre salvación si tan sólo hubiese hecho posible la salvación de todos los seres humanos o sencillamente hubiese hecho provisión para la salvación de todos. Es la misma doctrina de que Cristo logró y aseguró la redención la que reviste a la libre oferta del evangelio de su riqueza y poder.
Es sólo esta doctrina la que permite una presentación de Cristo que es digna de la gloria de su logro y de su persona. Debido a que Cristo logró y aseguró la redención es que se constituye en un Salvador todo suficiente y apropiado. Es como tal que es ofrecido, y la fe que demanda este ofrecimiento es la fe de la entrega de uno mismo a él como aquel que es la eterna encarnación de la eficacia que procede de la obediencia consumada y de la redención conseguida.
Sin embargo, es apropiado que el que examina haga esta pregunta: ¿No hay también evidencias más directas provistas por la Escritura para mostrar el alcance concreto o limitado de la expiación? Desde luego, hay muchos argumentos bíblicos. Nos contentaremos con exponer dos de ellos, no porque sólo haya dos, sino porque constituyen ejemplos de la evidencia que la Escritura misma provee para mostrar la necesidad de esta doctrina.
Romanos 8:31-39
No hay duda alguna de que en este pasaje se hace dos veces referencia explícita a la muerte de Cristo: «El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros» (v. 32) y «Cristo Jesús es el que murió, e incluso resucitó» (v. 34). De ahí que cualquier indicación dada en este pasaje acerca del alcance sería pertinente a la cuestión del alcance de la expiación.
En el versículo 31, Pablo hace esta pregunta: «¿Qué diremos frente a esto? Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra?» Nos vemos obligados a hacer esta pregunta: ¿De quiénes está Pablo hablando? En otras palabras, ¿cuál es el significado de las expresiones «de nuestra parte» y «en contra nuestra»? La respuesta es que el significado no puede ser otro que el provisto por el contexto precedente, esto es, aquellos que son mencionados en los versículos 28-30. Sería imposible universalizar el significado del versículo 31 si queremos pensar bíblicamente, y sería exegéticamente monstruoso romper la continuidad del pensamiento de Pablo y extender la referencia del versículo 31 más allá del alcance de los mencionados en el versículo 30. Esto significa, por tanto, que el significado que se tiene a la vista con las palabras «de nuestra parte» y «en contra nuestra» en el versículo 31 es limitada, y limitada en términos del versículo 30.
Cuando pasamos al versículo 32 encontramos que Pablo emplea la similar expresión «por todos nosotros»: «El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros» (v. 32). Aquí se está refiriendo de forma expresa a todos aquellos en favor de quien el Padre entregó al Hijo. Y la cuestión es: ¿cuál es el alcance de la expresión «por todos nosotros»? Sería absurdo insistir en que la presencia de la palabra «todos» tiene el efecto de universalizar el alcance. El «todos» no es más amplio que el «nosotros». Pablo está diciendo que la acción del Padre que está a la vista tuvo lugar en favor de «todos nosotros» y la cuestión es sencillamente cuál es el alcance del «nosotros». La única respuesta adecuada a esta pregunta es que el «nosotros» que aparece en el versículo 32 es el mismo que el «de nuestra parte» del versículo 31. Sería violentar las normas más elementales de la interpretación suponer que en el versículo 3 2 Pablo amplia el alcance de aquellos a los que se está dirigiendo y que incluye a muchos más que los incluidos en su declaración del versículo 31. De hecho, Pablo está prosiguiendo su declaración y diciendo que no sólo es Dios por nosotros, sino que también nos dará libremente todas las cosas. Y la garantía de esto reside en el hecho de que el Padre dio a su Hijo en nuestro favor. Para que no haya ninguna duda acerca del significado limitado de las palabras «por todos nosotros» en el versículo 32, es bueno recordar que la entrega del Hijo es correlativa con el libre otorgamiento de todos los buenos dones. No podemos extender el alcance del sacrificio del Hijo más allá del alcance de los otros dones libres; todo aquel en cuyo favor el Padre entregó, el Hijo viene a ser el beneficiario de todos los otros dones de la gracia. Para abreviar, los contemplados en el sacrificio de Cristo son también los partícipes de los otros dones de la gracia salvadora: «¿c6mo no habrá de damos generosamente, junto con él, todas las cosas?»
Pasando al versículo. 33, se hace evidente sin duda alguna el alcance limitado. Porque Pablo dice: «¿Quién acusará a los que Dios ha escogido? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará?» El pensamiento se mueve de manera estricta dentro del ámbito definido por la elección y la justificación, y la referencia a la elección y a la justificación conecta con los versículos 28-30, donde se muestra que la predestinación y la justificación poseen la misma extensión.
En el versículo 34, Pablo se refiere nuevamente a la muerte de Cristo. Se refiere a ello de dos formas y de una manera muy importante para lo que ahora nos atañe. Su apelación a la muerte de Cristo coordina con el hecho de que es Dios quien justifica. Y lo hace con el propósito de vindicar a los escogidos de Dios contra cualquier acusación que pudiera ser presentada contra ellos, y para apoyar este reto, «¿quién acusará a los que Dios ha escogido?» Es a los elegidos y a los justificados a los que tiene en mente Pablo aquí, en su apelación a la muerte de Cristo, y no hay razón para salir del significado provisto por la elección y la justificación cuando tratamos de descubrir el alcance de la muerte sacrificial de Cristo. La segunda forma en la que es importante aquí su referencia a la muerte de Cristo es que apela a la muerte de Cristo en el contexto de su desenlace en la resurrección, la ubicación a la derecha de Dios y la intercesión en favor nuestro. Otra vez emplea Pablo esta expresión «por nosotros», y la usa ahora en relación con la intercesión: «e intercede por nosotros». Dos observaciones tienen que ver directamente con la cuestión que estamos tratando. Primero, la expresión «por nosotros» en este caso debe recibir el significado restringido que ya hemos encontrado en el versículo 31. Es imposible universalizarla no sólo debido al alcance limitado de todo el contexto, sino también debido a la misma naturaleza de la intercesión como valedera y eficaz. Segundo, debido a la manera en que se coordinan en este pasaje la muerte, resurrección e intercesión de Cristo, sería totalmente injustificado dar a la muerte de Cristo una referencia más inclusiva que la que se da a su intercesión. Cuando Pablo dice aquí que «Cristo Jesús es el que murió», naturalmente significa que «Cristo murió por nosotros», como en el versículo 32 dice que el Padre «10 entregó por todos nosotros». No podemos dar un alcance más amplio al «por nosotros» implicado en la cláusula «Cristo Jesús es el que murió» que el que podemos darle al «por nosotros» expresado explícitamente en la cláusula «e intercede por nosotros».
Por ello, vemos que se nos conduce a suposiciones imposibles si tratamos de universalizar el significado de aquellos que son mencionados en estos pasajes.
Finalmente, tenemos la más convincente de todas las consideraciones. «¿Quién nos apartará del amor de Cristo? .. Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni 10 profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartamos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo jesús nuestro Señor» (Ro. 8:35-39). Pablo está afirmando aquí de la manera más enfática, en una de las conclusiones más retóricas de sus epístolas, la seguridad de aquellos de quienes ha estado hablando. La garantía de esta seguridad es el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. Yel amor de Dios aquí mencionado es indudablemente el amor de Dios hacia aquellos que son incluidos en él. Ahora bien, la deducción inevitable es que este amor del que es imposible ser separado y que garantiza la gloria de aquellos que han sido incorporados a él es el mismo amor al que se debe hacer alusión anteriormente en el pasaje cuando Pablo dice: «El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que 10 entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de damos generosamente, junto con él, todas las cosas?» (v. 32). Es ciertamente el mismo amor, llamado en el versículo 39 el «amor que Dios nos ha manifestado en Cristo jesús», el que motivó al Padre a entregar a su propio Hijo. Esto significa que el amor implicado en el versículo 32, el amor de entregar al Hijo, no puede recibir una referencia más amplia que el amor que, según los versículos 35-39, asegura la eterna seguridad de los que son objeto de este amor. Si no todos los seres humanos gozan de esta seguridad, ¿cómo puede aquello que es la fuente de esta seguridad y la garantía de su posesión abrazar a los que no gozan de tal seguridad? Así, vemos que la seguridad a la que se refiere Pablo aquí es una seguridad limitada a aquellos que son objeto del amor que fue manifestado en el madero maldito del Calvario, y que por ello el amor exhibido en el mismo
Calvario es un amor discriminante y no un amor indiscriminadamente universal. Es un amor que garantiza la seguridad eterna de los que son su objeto, y el mismo Calvario es aquello que asegura para ellos la justificación por medio de la cual reina la vida eterna. Y esto significa sencillamente que la expiación que se cumplió en el Calvario no es por sí misma universal.
Muertos en Cristo
El segundo argumento bíblico que podemos aducir en apoyo a la doctrina de la expiación definitiva es el que surge del hecho de que aquellos por los que Cristo murió también han muerto en Cristo. En el Nuevo Testamento, la manera más común de expresar la relación de los creyentes con la muerte de Cristo es decir que Cristo murió por ellos. Pero también existe otro componente en la enseñanza en el sentido de que ellos murieron en Cristo (cf. Ro. 6:3-11; 2 Ca. 5:14,15; Ef. 2:4-7; Col. 3:3). No pueden abrigarse dudas acerca de la proposición de que todos aquellos por los cuales Cristo murió también murieron en Cristo. Porque Pablo dice de manera clara: «porque estamos convencidos de que uno murió por todos, y por consiguiente todos murieron» (2 Ca. 5:14) -hay una ecuación denotativa.
El rasgo significativo de esta enseñanza del apóstol para nuestro presente interés es, no obstante, que todos los que murieron en Cristo resucitaron con él. Esto también lo afirma Pablo explícitamente. «Ahora bien, si hemos muerto con Cristo, confiamos que también viviremos con él. Pues sabemos que Cristo, por haber sido levantado de entre los muertos, ya no puede volver a morir; la muerte ya no tiene dominio sobre él» (Ro. 6:8, 9). Así como Cristo murió y resucitó, de la misma manera todos los que murieron en él resucitaron en él. Y cuando preguntamos qué es lo que se involucra en este resucitar en Cristo, Pablo no nos deja con dudas -es resucitar a una vida nueva. «Por tanto, mediante el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, a fin de que, así como Cristo resucitó por el poder del Padre, también nosotros llevemos una vida nueva. En efecto, si hemos estado unidos con él en su muerte, sin duda también estaremos unidos con él en su resurrección» (Ro. 6:4,5). «El amor de Cristo nos obliga, porque estamos convencidos de que uno murió por todos, y por consiguiente todos murieron. Y él murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió por ellos y fue resucitado» (2 Ca. 5:14, 15). «Pues ustedes han muerto y su vida está escondida con Cristo en Dios» (Col. 3:3).
Tenemos, entonces, la siguiente secuencia de proposiciones establecida por las explícitas declaraciones del apóstol. Todos aquellos por los cuales Cristo murió, murieron también en Cristo. Todos los que murieron en Cristo resucitaron con Cristo. Esta resurrección con Cristo es una resurrección a una vida nueva a semejanza de la resurrección de Cristo. Morir con Cristo es, por tanto, morir al pecado y resucitar con él a la vida de nueva obediencia, para vivir no para nosotros mismos, sino para aquel que murió por nosotros y resucitó. Es inevitable la inferencia de que aquellos por los que Cristo murió son aquellos y sólo aquellos que mueren al pecado y viven a la justicia. Ahora bien, queda claro el hecho de que no todos mueren al pecado y viven una vida nueva. Por ello, no podemos decir que todos los seres humanos, distributivamente, murieron con Cristo. Tampoco podemos decir que Cristo muriera por todos los seres humanos, por la sencilla razón de que todos aquellos por los que murió Cristo también murieron en Cristo. Si no podemos decir que Cristo murió por todos los seres humanos, tampoco podemos decir que la expiación es universal–es la muerte de Cristo por los seres humanos lo que constituye de manera específica la expiación. La conclusión es evidente: la muerte de Cristo en su carácter específico como expiación fue por aquellos, y solamente aquellos, que son a su debido tiempo participes de aquella vida nueva de la que la resurrección de Cristo es promesa y ejemplo.
Esto nos vuelve a recordar que la muerte y la resurrección de Cristo son cosas inseparables. Aquellos por los que Cristo murió son aquellos por los cuales resucitó, y su actividad salvadora celestial es de alcance idéntico a sus logros redentores obrados de una vez y para siempre.
Al concluir nuestra discusión del alcance de la expiación, sería bueno reflexionar en uno o dos pasajes que han sido usados como prueba para demostrar el debate en favor de la expiación universal. 2 Corintios 5: 14, 15 es uno de ellos. En dos ocasiones en este texto dice Pablo de Cristo: «uno murió por todos». Pero se puede mostrar que esta expresión no debe comprenderse como distributivamente universal por medio del mismo pasaje cuando se interpreta a la luz de la enseñanza de Pablo. Hemos visto ya que, según la enseñanza de Pablo, todos aquellos por los que Cristo murió, murieron también en Cristo. Él afirma la verdad aquí de una manera enfática: «uno murió por todos, y por consiguiente todos murieron». Pero en otros pasajes deja perfectamente en claro que aquellos que murieron en Cristo resucitaron con él (Ro. 6:8). Aunque esta última verdad no sea explícitamente expresada en este pasaje, queda ciertamente implicada ~n las palabras «Y él murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió por ellos y fue resucitado». Si fuéramos a suponer que la expresión «los que viven» es restrictiva y no tiene el mismo alcance que los «todos» por los que Cristo murió, esto nos llevaría a un conflicto con las explícitas declaraciones de Pablo en Romanos 6:5, 8 en el sentido de que los que han sido plantados en la semejanza de la muerte de Cristo también lo serán en la de su resurrección y que los que murieron con él vivirán también con él. La analogía en la enseñanza de Pablo en Romanos 6:4-8 debe aplicarse a 2 Corintios 5:14, 15.
Por ello, la mención de «los que viven» ha de tener el mismo alcance que los incluidos en la cláusula precedente, «murió por todos». Y por cuanto «los que viven» no abarcan a toda la raza humana, tampoco puede abarcar a toda la raza humana el «todos» usado en la cláusula «murió por todos». La corroboración se deriva de las palabras finales del versículo 15, «sino para el que murió por ellos y fue resucitado».
De nuevo aquí se yuxtaponen la muerte y la resurrección de Cristo y la analogía de la enseñanza de Pablo en contextos similares en el sentido de que los que son beneficiarios de la muerte de Cristo lo son también de su resurrección y, por ello, de su vida de resurrección. Así que cuando Pablo dice aquí: «murió por ellos y fue resucitado», la implicación es que aquellos por los cuales murió son aquellos por los que resucitó, y aquellos por los que resucitó son los que viven una vida nueva. Así, en términos de la enseñanza de Pablo, y de manera específica, en términos del sentido de este pasaje, no podemos interpretar el «por todos» de 2 Corintios 5:14, 15 como distributivamente universal. Bien lejos de prestar apoyo a la doctrina de la expiación universal, este texto hace lo contrario. Quizá ningún texto de la Escritura presente un apoyo más plausible para la doctrina de la expiación universal que 1 Juan 2:2: «Él es el sacrificio por el perdón de nuestros pecados, y no sólo por los nuestros sino por los de todo el mundo». La extensión de la propiciación a «todo el mundo» parecería no permitir otra interpretación que la que la propiciación por los pecados abarca los pecados de todo el mundo. Se debe decir que el lenguaje que Juan usa aquí concordaría perfectamente con la doctrina de la expiación universal si la Escritura demostrase en otro lugar que ésta es la doctrina bíblica. Y se debe decir también que esta expresión, en sí misma, no daría prueba ni apoyo alguno a una doctrina de expiación limitada. Sin embargo, la pregunta es: ¿demuestra este texto que la expiación es universal? En otras palabras, ¿estaríamos violando los cánones de la interpretación si lo interpretamos de una manera que sea compatible con la doctrina de la expiación limitada? dado que hay tantas razones bíblicas para la doctrina de un alcance limitado de la expiación, debemos plantear esta pregunta, y cuando intentamos responder a ella podemos descubrir varias razones por las que Juan tuvo que decir «por todo el mundo» sin implicar en lo más mínimo que su intención hubiese sido enseñar lo que pretenden los proponentes de la expiación universal. Existen buenas azones por las que Juan debió decir «por todo el mundo» muy aparte de suponer que quiso referirse a la expiación universal.
Le era necesario a Juan establecer el ámbito de la propiciación de Jesús: No estaba limitada en cuanto a su virtud y eficacia al círculo inmediato de los discípulos que habían realmente visto, oído y tocado al Señor en los días de su peregrinación en la tierra (cf. 1 J n. 1: 1-3), ni al círculo de creyentes que estuvieron directamente bajo la influencia del testimonio apostólico (cf. 1 Jn. 1 :3, 4). La propiciación que es el mismo Jesús se extiende en su virtud, eficacia e intención a todos en todas las naciones que por medio del testimonio apostólico vinieron a tener comunión con el Padre y el Hijo (cf. 1 Jn. 1:5-7).
Cada nación, tribu, pueblo y lengua quedan en este sentido incluidos en la propiciación. Era sumamente necesario que Juan, lo mismo que los otros escritores del Nuevo Testamento y que el mismo Señor, destacasen el universalismo étnico del evangelio y, por ello, la propiciación de Jesús como el mensaje central de este evangelio. Juan tenía que decir, a fin de proclamar el universalismo de la gracia del evangelio: «y no sólo por los nuestros sino por los de todo el mundo».
Le era necesario a Juan destacar la exclusividad de Jesús como la propiciación. Es esta propiciación lo único que es específico para la remisión de pecados. En el contexto, Juan estaba subrayando la gravedad del pecado y la necesidad de evitar el peligro de la autosuficiencia con respecto al mismo.
Pero, en relación con ello, era imperativo recordar a los creyentes que no hay otro medio de purificación que la propiciación de Jesús -no hay otro sacrificio por el pecado. La más grande necesidad del ser humano y la más grande exhibición de gracia divina no conocen otra propiciación -es por todo el mundo. Le era necesario a Juan recordar a sus lectores la perpetuidad de la propiciación de Jesús. Es esta propiciación la que se mantiene como tal a lo largo de los siglos -su eficacia nunca disminuye; nunca pierde nada de su virtud. Y no solamente es de eficacia eterna, sino que es el propiciatorio perpetuo para los pecados siempre recurrentes y constantes de los creyentes. Ellos no alegan otra propiciación por los pecados que siguen cometiendo, como tampoco apelan a otro abogado para con el Padre por las obligaciones que sus constantes pecados causan. De ahí que el alcance, la exclusividad y la perpetuidad de la propiciación diesen suficiente razón a Juan para decir: «y no sólo por los nuestros sino por los de todo el mundo». Y no es necesario suponer que Juan estaba aquí enunciando una doctrina de la propiciación que es de alcance distributivamente universal. Si no es necesario encontrar una doctrina de expiación universal, en 1 Juan 2:2, entonces este texto no establece la expiación universal, y el significado y la intención pueden armonizarse con lo que encontramos que es la doctrina requerida por otras consideraciones bíblicas.
Vale la pena observar que en este texto Juan habla de Jesús como el sacrificio: «Él es el sacrificio por el perdón de nuestros pecados». Es sumamente probable que esta forma de declaración señala a «Jesucristo el justo» no sólo como aquel que hizo la propiciación una vez por todas mediante su sacrificio en la cruz, sino como aquel que es la ncamación permanente de la virtud propiciatoria que resulta de su cumplimiento de una vez para siempre, y también como aquel que ofrece a aquellos que confían en él un propiciatorio siempre disponible. Este triple aspecto en el que se puede contemplar la propiciación tiene el más profundo significado para la consolación del pueblo de Dios, al considerar ellos cuál es, por encima de todas, la dificultad creada por su pecado, esto es, el desagrado de Dios. Cristo es el permanente propiciatorio, de manera que pueden acercarse a él con plena seguridad de la fe, sabiendo que la propiciación que Cristo obró y el propiciatorio que él sigue siendo siempre constituyen la garantía de que serán alvados de la ira que merecen sus pecados.
Es este complejo concepto lo que nos hace difícil situar siquiera este texto en el marco de una propiciación universal. Hay aquí, como en muchos otros casos, una cierta concatenación por la que la eficacia que brota de la expiación se yuxtapone con la expiación. Y al tomar en cuenta el pensamiento del versículo precedente de que Jesucristo es nuestro intercesor ante el Padre, es necesario contemplar la intercesión que Jesús ejerce y la propiciación que él es como cosas complementarias. Se debe a que Jesús obró la propiciación y a que él es el propiciatorio permanente que él es el intercesor ante el Padre. Si damos a la propiciación un alcance mucho más allá de su intercesión, inyectamos algo que es difícilmente compatible con este complemento.
Por tanto, podemos ver claramente que aunque a veces se emplean términos universales en relación con la expiación, no se puede apelar a estos términos para establecer la doctrina de la expiación universal. En algunos casos, como hemos visto, se puede mostrar que el universalismo inclusivo queda excluido por las consideraciones del contexto inmediato. En otros casos hay razones adecuadas para el empleo de términos universales sin la implicación de un alcance universal distributivamente. Por ello, no se puede derivar ningún apoyo concluyente en favor de la doctrina de la expiación universal en base a expresiones universalistas. La cuestión debe decidirse en base a otra evidencia. Hemos tratado de presentar esta evidencia. Es fácil para los proponentes de la expiación universal apelar a la ligera a unos cuantos textos. Pero este método no es digno del serio estudiante de la Escritura. Es necesario que descubramos cuál es el verdadero significado de la redención o de la expiación. Y cuando examinamos la Escritura, encontramos que la gloria de la cruz de Cristo está vinculada a la eficacia de su cumplimiento.
Cristo nos redimió para Dios con su sangre, se dio a sí mismo en rescate para libramos de toda iniquidad. La expiación es una sustitución eficaz.